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Nuestras tierras. Nuestro futuro

Día Mundial del Medio Ambiente: entrevista a Andrés Cota Hiriart sobre «Fieras familiares»

Por Juan Camilo Rincón y Natalia Consuegra / Miércoles 05 de junio de 2024
Portada y epígrafe de «Fieras familiares», de Andrés Cota Hiriart (Libros del Asteroide, 2022).

«Mucho de lo que pasamos por alto es esa vida pequeña que no tiene huesos, pero que sostiene al planeta», dice el biólogo mexicano Andrés Cota Hiriart sobre los insectos. Hoy, Día Mundial del Medio Ambiente, conversamos en torno a esas y todas las vidas que se reinventan al margen de nuestra existencia. Así lo explica con una exquisita prosa este autor en Fieras familiares, un interesante libro de divulgación científica. 


Desde la intempestiva Ciudad de México, esa que él mismo denomina un valle metropolitano frenético y caótico, el zoólogo, naturalista y escritor Andrés Cota Hiriart (1982) se dedica a la divulgación científica a través de una literatura que nos recuerda que las bestias salvajes también habitamos las ciudades. 

En su libro Fieras familiares (Libros del Asteroide), presentado recientemente en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, pasa por cocodrilos de río y escorpiones emperadores, entre las islas Galápagos y Guadalupe, y nos explica cómo sobrevivir al ataque de una anaconda en la selva aunque, pese a todo y todos, «la Tierra permanece, nosotros no» y la humanidad terminará entonces como una fina capa de polvo, un estrato mineralizado más que encapsula la historia biológica de este planeta.

Desde este libro y en su trabajo como coordinador de la Sociedad de Científicos Anónimos y del podcast Masaje Cerebral, el biólogo mexicano reflexiona, como Konrad Lorenz, sobre nuestra pasión de «hombre civilizado que añora el paraíso perdido de la Naturaleza salvaje».


En las primeras páginas de Fieras familiares usted menciona a los naturalistas clásicos, y es inevitable pensar en esos personajes que iban a mundos inexplorados y remotos para descubrirlos ante los ojos de todos. ¿Cómo lee usted hoy esa mirada que a veces estaba signada por una idea de lo ajeno, lo extraño y a veces, incluso, lo monstruoso?

Es complicado porque, conforme pasa el tiempo, tomo más distancia de esos materiales que son parte del camino, y me voy percatando de que esa era una visión plenamente colonialista. Aquellos son los naturalistas clásicos de cierto mundo occidental que exploraban territorios indómitos, salvajes y prístinos, pero desde la perspectiva europea. La verdad es que todos esos territorios han estado siempre poblados con diferente concentración humana, con habitantes para los cuales ese lugar no es exótico, sino más bien su casa. Con el tiempo uno va reflexionando y eso va siendo un bagaje de cultura al que se le van superponiendo capas de complejidad. Cuando estudié Biología pensaba en las especies nuevas, recién descubiertas, «el hito del mes», y ahora me percato de esas limitaciones de la ciencia también, de esa idea de la especie a la que llaman nueva, pero que solo lo es para la nomenclatura científica que impera, pues realmente no son nuevas en el sentido de que siempre han estado ahí. Tampoco son nuevas para algunos humanos que siempre han coexistido con ellas y las llaman de otra manera. 


¿Un sesgo cientificista y occidental?

Totalmente. Por supuesto que eso no le quita que hay un asombro y una maravilla si te arraigas a la perspectiva de estos exploradores y exploradoras, pues desde su perspectiva eran lugares y fronteras plenamente desconocidas. Lo que sí te digo es que podemos hablar de este tipo de fronteras desconocidas, territorios indómitos, criaturas completamente desconocidas para todos y todas, en las profundidades marinas. Ese sí es un territorio que creo que como humanidad podemos describir en igualdad de circunstancias porque ningún humano ha pasado por ahí. Ahí sí cabe ahí esta idea que había en el siglo XIX de territorios inexplorados, de monstruos que aguardaban allá. 


Los monstruos de la Carta Marina

Claro, esos monstruos marinos que a veces se ponían deliberadamente en ciertos mapas para que otros colonialistas no llegaran a la ruta que ya algunos habían descubierto. Ahora con las profundidades marinas tenemos esa oportunidad como humanidad de descubrir un sitio así. Ahí sí hay monstruos maravillosos, diría yo; no monstruos en el sentido de algo amenazante, sino en el sentido de la otredad total. Un pulpo de las profundidades es lo más disímil que hay de la vida, ya no humana, sino emergida. Este libro abre con eso y en el prólogo hago alusión a una época con la que creo que todas y todos podemos conectar, cuando el mundo era más territorio indómito que civilizado y que hoy por hoy es el mundo emergido, no el mundo que está por fuera del mar, pues cada vez hay menos fronteras así (si es que las hay). Creo que hay un cálculo según el cual el porcentaje de territorio que no está perturbado, que no ha sufrido ningún impacto humano es algo como el 3 %. Claro que hubo grandes personajes y tampoco se vale hacerles un juicio de valor desde la perspectiva actual. Por ejemplo, Wallace estaba en Indonesia ideando su propia teoría de la evolución por selección natural y colectando especímenes completamente desconocidos para su cultura, también desde su perspectiva. Eso es la exploración absoluta.


Es muy interesante encontrar en su libro un registro narrativo que se desprende de la densidad académica y en el que, además, entran referencias literarias y un lenguaje que mira hacia allá. ¿A qué cree que se debe ese cambio en el abordaje de los temas científicos hoy? 

Creo que se debe a varias razones. Una de ellas es, por suerte, el cambio de paradigma que reinó durante tanto tiempo de que había dos culturas; esta idea de que las humanidades y las ciencias cabalgaban por separado y que tenían fines y búsquedas diferentes. Eso fue una calamidad porque la cultura es una sola cosa compuesta de todo, y todo es parte de un mismo diálogo. Por otra parte, te digo que no hay libros que más me perturben que esos de divulgación clásica hecha con tonos solemnes o con una mirada condescendiente, tipo «ciencia para tontos». ¡Es horrible! Todo eso de «Ciencia para jóvenes, ¡espectacularmente fabulosa!» me cuesta mucho. Si bien este tipo de literatura a lo mejor tiene un fondo similar y una misma inquietud, más allá de una apreciación divulgativa, lo que creo que empieza a guiar las nuevas producciones, y eso es una suerte, es la calidad de la escritura. Finalmente, el motor es una especie de pulsión estética y del lenguaje que lleva como elemento singular hablar de ciencias naturales, de astronomía, ojalá de economía, y empieza a haber muchos materiales así. Como biólogo, siento que el conocimiento biológico debería ser excitante por sí mismo, pero si viene acompañado por una prosa solvente, humor y peripecia humana, es un vehículo más efectivo. 


Es una literatura nueva, muy fresca y necesaria…

Y qué suerte que empieza a dársele cabida para que se haga cantera, porque a todas luces hay muchísimas posibilidades y voces ahí. Hay mucha gente que tiene experiencias fascinantes en la ciencia, y ante ellas yo siento que las mías no son nada, pero nunca se les ha ocurrido escribirlo para personas por fuera de la disciplina, que yo creo que son a quienes más querrías conectar en cualquier disciplina; lo que más te va a interesar es verter hacia otros ámbitos de la sociedad. ¿Para qué producir conocimiento científico si no lo vas a socializar?, ¿para qué producir conocimiento astronómico si no lo vas a compartir? Melissa Kaplan dice que el conocimiento científico que no es comunicado está condenado a desaparecer; la investigación científica que no se comunica a la sociedad, es como si no se hubiera hecho nunca. Claro, se refiere a la gente del común, no a los pares de la comunidad científica que, al final, es un nicho muy pequeñito.


¿Cómo lee usted el Manual de zoología fantástica de Borges y Guerrero? ¿En qué momento de su vida lo encontró y qué le dijo sobre su propio quehacer como biólogo? 

Yo siempre he usado mucho ese referente, un poco para ponerlo de cabeza. Me parece que Borges y otros autores y autoras han hecho esta especie de juego lúdico a partir de la zoología o de la biología. Ponen en marcha bestiarios de seres fantásticos que no existen, y algunos hacen incluso el ser fantástico que podría ser real. Es un juego más hacia la ciencia ficción, tipo: ¿qué pasaría con la vida en otro planeta?, e intentar jugar con las «condiciones reales» de la selección natural para crear seres que ahorita no existen, pero podrían existir. A mí me gusta hacer lo contrario: yo uso siempre el manual de Borges para hacerlo al revés, que es plantear estos seres que sí existen en el mundo natural, pero que parecen sacados de la fantasía. Es una especie de bestiario de los animales reales que parecen inventados; seres que a lo mejor tú ves en un libro y, si no sabes que existen, dirías: «¡No puede ser!» Están, por ejemplo, el ajolote o el camaleón africano de Madagascar, de colores, que tiene los ojos cónicos y los voltean a todos lados, la cola en espiral y la lengua larga retráctil. Si nunca has visto uno de esos y ves un dibujo, dices: «Esto es un invento, ¿no?». Y así hay muchos: serpientes que vuelan, salamandras que vuelan. Y si te vas al mundo interior como los parásitos, la cosa se vuelve una locura. 


Le dio la vuelta a Borges para fundar esa idea.

Yo siempre uso ese manual en el prólogo para decir que este ejercicio es similar al de Borges, solo que buscando en la naturaleza organismos que parecen trastocar los linderos de la fantasía, con esta idea de que la realidad siempre va a superarla. En el mundo natural la realidad es más inaudita. Benjamín Labatut decía que la realidad es alucinatoria, si realmente le prestáramos atención. En fin, no sé bien en qué momento lo descubrí, si te soy sincero. Estoy seguro que fue en algún librero de casa, y recuerdo que además era ilustrado. Probablemente a mí lo que me llamó fueron las ilustraciones y a lo largo de los años lo revisito. Hay varios así, con juegos muy bonitos entre imagen e imaginación, y es padrísimo inventar seres: el Nuevo álbum de zoología de José Emilio Pacheco; uno ilustrado por Toledo; el libro de un colombiano que ganó el Premio de No Ficción Latinoamericano Independiente en 2022, Efrén Giraldo, que se llama Sumario de plantas oficiosas, de Elefanta Editorial [Criatura Editora en Uruguay]. Él hace un herbario que tiene historias de plantas reales, pero también mete ahí algunas inventadas, y hace un juego extraordinario. 


Empezá a leer Fieras familiares.

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