El oficio del arte
Lecturas tras las huellas de la inspiración
Por Patricia Turnes / Viernes 07 de octubre de 2022
Detalle de portada de «Atrapa el pez dorado», de David Lynch (Reservoir Books, 2022).
Para hacer arte, no todo es inspiración. A decir verdad, muchos de los libros sobre el asunto indican que la fórmula del trabajo constante reemplaza a la de las musas. Patricia Turnes lee a Julia Cameron, David Lynch, Dani Umpi y Jeff Tweedy y da cuenta de distintas técnicas para la práctica artística. Como indica Dani Umpi: «Es pura voluntad, salga de tu cabeza o yendo a la nube de la inspiración a buscarla».
¿De dónde viene la creatividad? Hay artistas que dicen ser canales de una energía que los atraviesa, otros hablan de una musa, de un duende; a otros estas teorías les parecen un divague. Veamos algunos libros que abordan el tema, ya sea desde la idea de desbloquear la creatividad en general o de despertar este don en algunas artes en particular.
En la escritura
Con El camino del artista, Julia Cameron había propuesto un método para conectar con nuestra fuente creativa. En su nuevo libro, El arte de escuchar, ofrece piques para estar más conectado con el entorno, para escuchar mejor a los demás y a nosotros mismos. El fenómeno Julia Cameron podría tener que ver con el boom de la llamada literatura new age o de desarrollo personal. Cameron es una profesora, artista, poeta, dramaturga, novelista, cineasta, compositora y periodista californiana que conocí hace años.
Hay una leyenda detrás de esta escritora estadounidense nacida en 1948 y que pasó su infancia en un suburbio de Chicago. Su historia abarca desde una temprana carrera como escritora para la revista Rolling Stone, un matrimonio con Martin Scorsese, hasta experiencias límite con el alcohol y Hollywood. Cameron tocó fondo en 1978 e inició un proceso para dejar las drogas y el alcohol que cimentó el camino que recorre hasta el día de hoy. Empezó a enseñar desbloqueo creativo basándose en sus propias experiencias y, en 1992, publicó El camino del artista.
Este libro, que fue todo un bestseller, ofrece dos herramientas fundamentales: las páginas matinales y las citas del artista. La idea es escribir tres páginas todos los días cuando nos levantamos. Cualquier cosa que se nos pase por la cabeza está bien. No debemos mostrar a nadie esas páginas. Tampoco debemos juzgar lo que escribimos. Son para nosotros. No tienen que estar bien escritas. Se trata de vaciar el cerebro, de liberarnos, de ordenarnos. Para dejar que nuestro canal permanezca abierto debemos limpiarlo periódicamente, y estas páginas son para eso. Con el paso del tiempo, según la autora, logramos tener un diálogo sincero con nosotros mismos. «Es importante entender que las páginas matutinas son un tiempo sagrado de comunión con el universo» escribe Julia Cameron. Según ella, nos ayudarán a ser nosotros mismos, a conectarnos, a recuperar nuestra fuerza interior y a desempolvar nuestros sueños.
La cita del artista es el otro recurso que nos ofrece Cameron para mimar a nuestro niño creativo interior. Cada semana, propone, dediquemos un rato para hacer algo que nos guste: tomar un café con nosotros mismos, estar un rato a solas en un lugar en el que nunca hemos estado, perdernos en una casa de antigüedades, ir a un museo, lo que sea que tengamos ganas. Como última herramienta, Julia Cameron propone contrarrestar los pensamientos negativos que nos dirigimos a nosotros mismos a diario con afirmaciones creativas. «Las afirmaciones ayudan a lograr una sensación de seguridad y esperanza», explica.
En enero de 1978, Julia Cameron dejó de beber. Hasta ese momento tenía asociado el acto creativo a la bebida y empezó a dudar si podría seguir escribiendo sin ella. Con treinta años trabajaba en la Paramount y había construido su carrera profesional a partir de esta clase de creatividad: escribía mientras bebía, y lo hacía hasta que el alcohol la nublara completamente. La primera semana que estuvo sobria salieron publicados dos artículos suyos en revistas de tirada nacional, había cerrado el borrador final del guion de un largometraje y tenía un problema con el alcohol que no podía manejar por más tiempo.
Así explica Julia Cameron su reconversión: «Me dije a mí misma que si la sobriedad significaba no ser creativa, no quería estar sobria. No obstante, reconocía que el alcohol no sólo me mataría a mí sino también a mi creatividad. Tenía que aprender a escribir sobria, so pena de tener que abandonar por completo la escritura. Fue la necesidad, no la virtud, la que despertó mi espiritualidad. Me vi obligada a encontrar una nueva vía creativa. Y ahí es donde empezaron mis lecciones. Aprendí a poner mi creatividad en manos del único dios en el que he creído, el dios de la creatividad, esa energía vital que Dylan Thomas llamó "la fuerza que por el verde tallo impulsa a la flor". Aprendí a quitarme de en medio y a dejar que esa energía vital se expresara a través de mí. Aprendí a sentarme delante de la página y a apuntar lo que iba oyendo. Escribir se transformó en algo más parecido a escuchar voces ocultas que a inventar la bomba atómica. No era tan complicado y ya no me estallaba en la cara. No tenía por qué apetecerme. No tenía que tomarme la temperatura emocional para comprobar si estaba inspirada. Simplemente escribía. Sin negociaciones. ¿Aquello era bueno, era malo? No me incumbía. No era yo quien lo estaba haciendo. Al dimitir como autora consciente, escribía con total libertad».
En aquel momento de su vida tuvo que aprender a escribir estando sobria después de una temporada haciendo lo contrario. Un mentor que tenía entonces le dijo que debía «dejar que el poder superior escribiera a través de ella». Al principio esto le sonó raro, pero cuando imaginó la fuerza que impulsa a través del verde tallo la flor, le resultó más fácil imaginar esta misma fuerza fluyendo a través de ella e «impulsando la flor» de su escritura. Para ponerlo a prueba empezó a desarrollar el conjunto de herramientas que terminaría no solo enseñando, sino también usando para vivir. Con la práctica aprendió a dejar su ego a un lado y se dio permiso para escribir como si estuviera apuntando algo en lugar de inventando algo. Según ella, su escritura fluyó mejor y las ideas surgieron de forma natural y continuada a partir de ese momento. El secreto, para Cameron, está en tener fe en el proceso, en no juzgarnos y en cuidar al niño artista que habita en cada uno de nosotros. Sus libros nos proponen rehabilitar nuestra creatividad, entregarnos a la imaginación y encontrar el sentido de la existencia.
En el cine
En el libro Atrapa el pez dorado. Meditación, conciencia y creatividad David Lynch escribe que una vez fue al psiquiatra para tratar de investigar algo que se había convertido en un patrón que repetía en su vida. «Debería hablar con un psiquiatra», había pensado. Cuando entró en la consulta le preguntó al médico: «¿Cree que este proceso podría afectar de algún modo a mi creatividad?». Y el psiquiatra le contestó: «Bueno, David, debo serte sincero: podría ser». Cuenta que en ese mismo momento le dio la mano y se marchó.
David Lynch descubrió, en cambio, que la meditación pudo llevarlo a ser más feliz y creativo. «Cuando te sumerges, el Yo está allí y también la felicidad verdadera. Hay un océano infinito, inmenso y puro de felicidad. Es la dicha, la felicidad espiritual, física, emocional y mental que empieza a crecer dentro de ti. Y todas las cosas que solían mortificarte remiten. En el negocio del cine existe mucha presión; hay mucho espacio para la ansiedad y el miedo. Pero trascender consigue que la vida sea más como un juego, un juego fantástico. Y la creatividad fluye. Es un océano de creatividad. Es la misma creatividad que crea todo lo que es. Es nosotros», escribe.
Desde el punto de vista científico, escribe Lynch, cada vez se acumulan más pruebas de la meditación y sus beneficios. Cuando trabajamos en la música utilizamos una parte del cerebro, cuando hablamos usamos otra, cuando cantamos otra diferente, cuando hacemos matemáticas otra más. Según David Lynch, para usar todo el cerebro hay que trascender. Es una experiencia holística, pues todo el cerebro está en funcionamiento cuando meditamos. A medida que experimentamos más el campo unificado crece la conciencia y aumentan las probabilidades de resolver los problemas, aumenta la coherencia. Lynch indica que la meditación trascendental es el vehículo con el que alcanzaremos la dicha. Si la practicamos, cada vez seremos más nosotros mismos. Lynch asegura que la intuición puede afilarse y expandirse mediante la meditación. Dentro de todos nosotros existiría un océano de conciencia, que es también un océano de soluciones. Cuando nos zambullimos en ese océano –cree David Lynch- en esa conciencia, lo estimulamos.
En uno de los capítulos de su libro titulado «Sufrimiento», Lynch dice que es bueno para el artista entender el conflicto y la tensión. Son cosas que pueden aportarle ideas. Pero, si soporta demasiada tensión, la persona se vuelve incapaz de crear. El exceso de conflicto se interpondrá en el camino de la creatividad. «Puedes entender el conflicto, pero no tienes que vivir en él. En las historias, en los mundos en los que nos adentramos, hay sufrimiento, confusión, oscuridad, tensión e ira. Hay asesinatos; hay toda clase de cosas. Pero el cineasta no tiene que sufrir para mostrar el sufrimiento. Puede enseñarlo, puede mostrar la condición humana, conflictos y contrastes, pero no tiene que pasar por todo ello. Lo orquesta, pero no está dentro. Que sean los personajes los que sufran».
En las canciones
Este año la editorial Iván Rosado publicó el libro Canciones, de Dani Umpi, que recoge las letras de los temas que el divo grabó y algunas otras que escribió para otrxs artistas. En el prólogo, se pregunta de dónde vienen sus canciones. Según él, le encantaría decir que las encuentra o que vienen a él como lo hacen tantos otros artistas con ese maravilloso don. Como Tori Amos, por ejemplo, que dice que soñó la canción «Hay Jupiter», se despertó y salió corriendo a grabarla. «¡Qué fantástico que te pase algo así! Imaginate». Pero no, no le pasa. Para él, crear es tomar decisiones. Umpi reflexiona sobre el arte de componer una canción: «No todo el mundo escribe letras de canciones. Podrían hacerlo pero no. O escriben dos o tres y ya está. Es una práctica extraña porque nadie te pide que lo hagas. Es pura voluntad, salga de tu cabeza o yendo a la nube de la inspiración a buscarla».
Dani Umpi confiesa que últimamente se autopercibe como un duende. Vendría a ser lo contrario a la musa «que es una inspiración que está en el aire y te susurra». Mientras tanto, «el duende está en la tierra, salta, te atraviesa y propone un acertijo, un juego, una trampa. Son dos formas de crear. Hay muchas otras, por supuesto».
Mi parte favorita de este pequeño ensayo previo es cuando revela algunas de las trampas que él suele utilizar: «Otra trampa importantísima es la tristeza. Hay muchas canciones tristes porque hay mucha gente triste. Contemplo que la canción será escuchada por gente triste, que es la mayoría, lamentablemente. Siempre hay que poner algo triste porque uno está lleno de problemas y cuando los cantás, de alguna manera, se solucionan un poquito, el asunto agarra una perspectiva, que es bastante. Se tildan en una buena. Si la canción queda muy triste hay que ponerle chistes, como en “Sambayón”. También hay canciones que te solucionan problemas, que te dan la posta y te dicen "esto es así y así, hay que hacer esto”. Esas son bárbaras. Hay muchos españoles en ese ejercicio».
Dani Umpi confiesa al comienzo de Canciones que muchas veces duda frente a una nueva idea: «¿Lo inventé o ya existe? ¿Estoy loco? ¿Por qué está en mi mente? ¿Alguien ya tomó esta decisión antes?». En cambio, otros artistas como Jeff Tweedy, el líder de la banda Wilco y autor del libro Cómo componer una canción (Contra, 2021) aprovechan ese charco en el que el inconsciente colectivo se funde y utiliza esa zona peligrosa como impulso. «Pero, pero, pero... ¿robar no está penado? Sí, y el plagio es una de las prácticas más vergonzosas que existen, porque es un robo sin gracia. Lo que debes hacer es robar con ingenio. Además, la originalidad, si existe, está sobrevalorada, no hay artista que cree a partir de nada», escribe. Jeff Tweedy utiliza ruedas de acordes, melodías y samples de otros autores como fuente de inspiración para componer sus propias canciones. Se trata de tomar esas creaciones como punto de partida para una composición nueva.
Otro consejo de Tweedy es apuntar todo lo que se nos cruce: una conversación de terceros, una frase pescada al vuelo en la calle, una idea que se nos pasa por la cabeza, un titular de las noticias. Todo es susceptible de aparecer en una canción. Lo mismo ocurre con los sonidos: Tweedy graba todo lo que le resulta interesante, no solo lo que toca y canta de forma improvisada, sino también lo que encuentra interesante cuando va por la calle. Después, se dedica a escuchar lo que ha ido registrando en busca de ideas que le sirvan para una canción. Aunque una idea suelta puede no decirnos mucho, Tweedy asegura que puesta en relación con otra distinta quizás encienda la chispa de la creatividad.
Para todos aquellos que deseen integrar las ligas de los compositores de canciones, el libro de Tweedy les resultará jugoso. Dedica su libro a todas las canciones por venir y «A todas las canciones como ventanas abiertas lo justo para que podamos escaparnos, y a todas las canciones como ventanas cerradas y lo suficientemente nítidas a la luz tenue para ver nuestro propio reflejo y recordarnos quiénes somos».
Manuales sobre creatividad hay infinitos, casi tantos como creadores, y, como asegura la frase popular, «Cada maestrito con su librito». Estos son los libros que están en mi biblioteca y a los que acudo más seguido. Los invito a tomar cualquiera de estos para coincidir o polemizar con ellos.
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