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Narrativa argentina

«La reina del baile»: entrevista a Camila Fabbri

Por Brian Majlin / Jueves 18 de abril de 2024

La autora argentina Camila Fabbri presentará hoy jueves en Escaramuza La reina del baile, su primera novela de ficción y finalista del Premio Herralde 2023. Unos días después, presentará la película Clara se pierde en el bosque, una especie de adaptación o continuidad de la exploración que había empezado con El día que apagaron la luz. Brian Majlin conversa con ella en torno al momento que está viviendo y, de yapa, va un avance de la novela.

Conversamos con Camila varias veces a lo largo de estos años. Cuando ya había empezado el proyecto, pero no tenía futuro seguro y acababa de estrenar En lo alto para siempre, una obra de teatro hermosa basada en textos de David Foster Wallace y coescrita con Eugenia Pérez Tomás. Cuando se publicó el libro y hablamos de los significados de Cromañón en los que hoy orillamos los 40 años. Cuando vino a Montevideo y ya era una autora seleccionada por Granta como una de las destacadas de su generación, también charlamos en el patio de Escaramuza. Siempre dijo cosas lúcidas tamizadas por su sonrisa cálida y una mirada distante, siempre lectora, y en voz baja. 

Brian Majlin: En aquella primera conversación, quedó flotando la idea de que el mercado editorial exige, y espera como consagración, la novela por encima de los cuentos. Como si fuera algo mayor. Ahora llegaste (a la novela)...

Camila Fabbri: Si, escribí una novela, pero no llegué a ninguna parte. Creo que descubrí que podía hacerlo, que era capaz de permanecer con los mismos personajes durante un tiempo más largo. Ahora hay que ver si puedo seguir escribiendo por ahí o quizás sigo con los cuentos

Además de su producción prolífica, escribió dos libros de cuentos, Los accidentes y Estamos a salvo y varias obras de teatro, Camila es una obsesiva del consumo cultural, pero en alguna de esas conversaciones pasadas deslizó que, por alguna época de angustia social generalizada años atrás, aquella mentada cadena del desánimo que escribió Pablo Katchadjian, se sentía en un momento de quiebre o desconcentración. Hoy siente que «es de las peores épocas» que ha vivido en su vida adulta en Argentina. Que la cultura y el bienestar social están siendo arrasados. Que le cuesta ver el futuro y que no entiende bien en qué país está viviendo. En ese marco, le pedí que me compartiera qué consumos, qué lecturas, películas o series la estaban acompañando. Y aceptó.

CF: Estuve leyendo Ídolos, de ediciones UDP que antologó Leila Guerriero; Isabel, sobre Estela Martínez de Perón, de Facundo Pastor; Poesía reunida, de Claudio Bertoni;  y Poesía reunida, de Louis Gluck y los Cuentos completos, de Amy Hempel. 

BM: ¿Y qué cosas viste?

CF: Vi de vuelta algunos capítulos de Six Feet Under, que es la mejor serie del mundo.

BM: ¿Por qué?

CF: Porque creo que tiene un trabajo tal con el desarrollo de los personajes durante tantos años (la serie tiene seis temporadas) que es casi como una biblia y a la vez un manual de cómo construir personajes y cómo perpetuarlos. Me gusta pensar esa serie en los talleres de escritura también. Siempre la recomiendo.

BM: ¿Algo más?

CF: Vi una película que me gustó mucho, The Watcher, de Chloe Okuno, vi Girlfriends, película de Claudia Weill, que es del 78. 

BM: ¿Tenés algún método o es un consumo disperso? ¿Impacta en tu producción?

CF: Son consumos dispersos que, inconscientemente, sé que me van a servir a futuro, para lo que sea que tenga que escribir. No hay método en el consumo cultural, creeria yo.

BM: La cultura puede ser mil cosas. Para algunes refugio y sosiego, para otres revulsión catalizadora, ¿para vos?

CF: Creo que es algo universal. Difícil definir qué es para mí en mi vida cotidiana. Creo que es un recurso vital, si todo es político, todo es cultural. Sin cultura no hay pensamiento y sin pensamiento no somos nada. Solo nos pueden dominar. Sospecho que buscan eso.

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Por más información sobre la presentación de La reina del baile en Escaramuza, hacé click acá.


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Empezá a leer La reina del baile


Noche de viernes y las luces están bajas

buscas un lugar adonde ir

donde pongan esa música

metiéndote en el ritmo

viniste a buscar un rey.

Cualquiera podría ser ese hombre

la noche es joven y la música está alta

con un poco de música rock

todo está bien

estás de humor para un baile.

Y cuando tienes la oportunidad

eres la reina del baile

joven y dulce.

ABBA


Ayer por la noche salimos a bailar y te rompí la pierna.

Perdóname. Estuve muy torpe, y

te quería aquí en la clínica, ¡donde soy el médico!

KENNETH KOCH


 

0. Deportes de impacto

–Chh, Paulina. ¿Estás ahí?

Apenas logro abrir el ojo derecho y noto que algo fino y agudo me está comiendo el globo ocular. Podría ser el pico de una pobre paloma torcaz. Me parece que me sangra la córnea, o tal vez sea la pupila. No lo sé, no estoy segura. No tengo mucho vocabulario para la vista. Por la luz diría que es de noche: esos rayos rojos y amarillos que avanzan desde atrás de los edificios, pero tampoco lo sé. Apenas logro ver la rama seca de un árbol arriba del capó. Mando la señal con el cerebro pero el torso no responde, mi cuello sigue intacto. Despego la nuca del asiento delantero del auto y una cascada de vidrios cae hasta rodearme el culo como si fuera una fogata. Algunas astillas se me clavan en la raya. El dolor es cierto. Lo que pensé que era un pájaro picándome el ojo en realidad es vidrio, el blindaje antivandálico que pagué en doce cuotas sin intereses el año pasado. Esos actos que fingen pequeñas valentías.

El torso tampoco me responde, sigue adherido a la cuerina ahí, con el cinturón de seguridad puesto, como si yo misma fuera ese muñeco de plástico que usan para los simulacros de la desgracia vial. El estéreo sintoniza un dial que no existe. Se oyen mil voces de mujeres, hombres, criaturas. Cada tanto una tanda de publicidad. De vez en cuando aparece alguna palabra nítida como «inflación», «dólar», o alguna frase hilada como «Supermercados Rua», «Jabón Fuku», «Sigue la preocupación por el aumento de».

Tengo el pecho caliente y el latido de mi corazón apenas lo noto. Es una agitación demasiado tímida. Algo a punto de desaparecer.

–Chhh, ¿me escuchás? Paulina, no te hagas la muerta.

El silencio debe ser por la hora, está demasiado callado ahí afuera. Tendré que esperar a que alguien venga a buscarme. Un líquido caliente se derrama ahora desde el interior de mi oído. Eso puede querer decir muchas cosas, ninguna buena, ninguna saludable. Tengo frío, me tiembla la mandíbula. Alguna vez oí hablar del frío que se siente antes de morir, pero yo juraría que esto que hago acá es estar viva. No sé adónde iba, tampoco de dónde vengo. No hay nada que yo sepa.

Quiero gritar ¡Felipe! pero no me sale la voz. Además del pecho, también siento la garganta caliente, y las tetas como un nido de gorriones. Bien podría tener plumas ahí dentro. Desde que abrí los ojos que tengo sensaciones de pájaro. Algo en este coche me genera náuseas, ¿o acaso es alergia?

Ahora sí logro ver con claridad una cosa. Parece que el parabrisas tuviera una mancha de aceite o eso que pasa cuando se golpea un charco de agua, que se expande en una rotura que pareciera que alguien vino y dibujó. Ahí muy chiquita, en el fondo abajo, noto una mancha de color entre café y bordó. Esa sangre es mía: aunque sea igual que cualquier sangre que haya visto, sé que es mía. Puedo verle el ADN desde lejos. ¡Qué mal quedó el auto! Ahora es una chatarra más y antes era un objeto querido, o al menos tenido en consideración. ¿Quién se apiada de los autos abollados? Se me astilla el corazón de verlo así.

Silencio.

Puedo verme las zapatillas blancas, intactas, que me calcé mientras oía la risa histérica de dos conductoras de radio. El jean que me queda grande y esas bolsas grises de tabaco. Entonces no, claro que no, no estoy tan mal de la memoria. No es alzhéimer o una degeneración en el tejido del cerebro. Tengo otra cosa. Las ramas del árbol que puedo ver también podrían ser neuronas, y la rotura en el parabrisas también podría ser una cadena sin fin de conexiones nerviosas. Qué buena soy haciendo síntoma. Qué agudizado tengo el oído para el malestar, cualquier malestar, todos los malestares juntos. Es que me duele tanto el ojo, es que estoy tan ahí nomás de perder la visión.

Muevo apenas el cuello y todo el cuadro se pone amarillo. Solamente puedo oír con claridad y lo que viene es el fium del primer viento de la jornada. Un perro corre afuera del auto y sube sus dos patas delanteras a mi ventanilla. Me mira y jadea, de la boca le sale la típica saliva mamífera. Ensucia mi auto. Sabe que acá dentro hay una criatura moribunda, o es que le atrae el olor de la sangre. Claro, los animales. Tiburones y perros no difieren en nada. Salí de acá, basura, le diría. Cuadrúpedo callejero de barrio pobre. Andá a chupar algo muy sucio. No me mirás con solidaridad, querés chuparme la sangre del ojo como si fuera un helado de agua. Si fueras mi perro te encerraría en la cocina con la luz apagada. Ah, qué poca imaginación para la maldad. Sigo viendo amarillo. Detrás de mí oigo, apenas, una respiración. No puedo girar el cuello. Sospecho que está roto, y si fuera así, me creman o me sumergen bajo tierra en un cajón de madera con un Cristo plateado. Subo la vista, lo que puedo, lo que me permite esta posición, este cinturón salvador, este estado de vegetación. Apenas veo pero veo. Dormida o desmayada, no creo que muerta, una chica de alrededor de quince años. Lleva un vestido floreado y zapatillas blancas iguales a las mías. No sé quién es pero está en mi auto y tampoco se mueve. Me pregunto qué estará haciendo y me da tanta ansiedad no encontrar en ninguna espiral de mi cabeza algún hilito para tirar que me diga quién es esta lacia finita, esta criatura accidentada y llena de vida. Dios mío. No creo en Dios, pero igual digo mucho Dios mío o Por el amor de Cristo.

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