Traductora y escritora. Doctora en Estudios de Traducción (UFSC, Brasil). Del portugués e inglés, tradujo novelas de Beatriz Bracher, Edmund de Waal y Danielle McLaughlin, además de cuentos y crónicas de Gerald Murnane, Luis Fernando Verissimo y Dalton Trevisan, entre otros. Coorganizó y tradujo una antología de Mário de Andrade titulada Crónicas de melancolía eufórica (2016). En prosa, publicó Mayito (2006), Peces mudos (2016) y Cráteres artificiales (2021).
Edita Intervalo, el espacio cultural de Escaramuza e integra el grupo Historia de la traducción literaria en Uruguay, proyecto I+D 2023-2025.
Notas de Rosario Lázaro Igoa
Con la excusa de su venida a Montevideo, charlamos con la editora y periodista argentina Malena Rey. Formas de leer, divulgación sin banalizar, la comunidad de Caja Negra y las redes. «Somos todo aquello que leemos, miramos y escuchamos, y es importante participar activamente de esa decisión, sin que nos lleven los algoritmos a las orillas de lo previsible», afirma.
¿Qué pasó con ciertas especies, que no las vemos más? Rosario Lázaro escribe sobre el otro día, cuando un campo junto al mar se llenó de mariposas y recuerda la abundancia de la vida en tiempos no demasiado remotos. También relee a Patrik Svensson y a Richard Flanagan, por la senda del espanto frente a todo lo que ya fue.
En el último paseo de la serie «Sydney: crónicas desde el Botánico», son los Melaleuca quinquenervia la especie arbórea que acapara la atención de Rosario Lázaro Igoa. Se encuentran en Australia, se consideran invasores en Estados Unidos y en su asedio se deslizan con sigilo en la profundidad de los sueños.
Los jacarandás se tiñen de violeta para anunciar la llegada de la primavera, el mismo pigmento intenso que baña las calles en Brasil, Australia o Uruguay. También los recuerdos se empañan de su color y con nostalgia nos trasportan a las calles, edificios y esquinas que alguna vez habitamos, y que, como en Los pasajes comunes, ya no coinciden con la realidad.
Cuando el cuerpo se siente limitado y la movilidad se ve circunscripta, la mirada, ansiosa y urgente, se arroja en los detalles y emprende vuelo sobre las formas. En el Jardín Botánico de Sydney, la mirada de Rosario Lázaro Igoa se concentra en los ibis, en el arte, en las palabras recién leídas de María Gainza, en la vidas ajenas.
Ni el viento furioso ni las lluvias tempestuosas logran perturbar la aparente normalidad del Jardín Botánico de Sydney. Acompañada de Byobu, la prosa poética de Ida Vitale y un ligero y primaveral aumento de la temperatura, Rosario Lázaro Igoa revisita a los almaceneros y ahorradores cactus.
Cada jardín es un paraíso, cercado, amurallado incluso, en el que los humanos nos acercamos a la Naturaleza, intentamos domesticarla, moldearla o simplemente, observarla en su diversidad. Rosario Lázaro Igoa recupera las notas del jardinero, botánico y paisajista Gilles Clément y nos invita a observar el jardín como lugar en que se cruzan la horticultura, la ciencia y la historia.
Palmeras, araucarias, grevilleas y también el desierto. Entre la naturaleza introducida y domesticada, su versión salvaje, por momentos inhóspita. Rosario Lázaro Igoa, desde el Jardín Botánico de Sydney, recorre los caminos de Voss, la gran novela del también australiano Patrick White.
Once relatos conforman Dinosaurios de otros planetas, de la irlandesa Danielle McLaughlin, un libro editado por Alter ediciones (2020) y traducido por nuestra colaboradora Rosario Lázaro Igoa. A través de sus palabras nos adentramos en bosques irlandeses, en ambientes domésticos y recuerdos pegajosos, y en la cuidada experiencia de traducción que supuso la publicación.
Un cuaderno amarillo y otro abandonado unen a las escritoras Rosario Lázaro Igoa y Helen Garner. Ambas escriben, anotan y crean entre la efímera frontera de la ficción y no ficción. Desde el recuerdo de un bar en Melbourne, Rosario Lázaro nos presenta los diarios y otras novelas de la escritora autraliana.
Entre islas ha viajado y ha vivido Rosario Lázaro Igoa, autora de una crónica que nos conduce a las fronteras del mar, a paraísos remotos que coquetean con un aislamiento que puede volverse infernal, a territorios que tal vez nunca aparezcan en los mapas.
Nos aislamos, pero la memoria y los recuerdos siguen viajeros entre andenes. Las palabras de Rosario Lázaro Igoa nos transportan con nostalgia hasta la estación central de Amberes/Antwerpen, donde nos esperan el escritor W. G. Sebald y su enigmático extranjero Jacques Austerlitz, errático y huérfano de patria.
Entre el Atlántico y el Pacífico, entre versos y lenguas, entre la bruma salada y la tierra frondosa, Rosario Lázaro Igoa nos espera con un poema. Desde la isla de hawaiana de Kauai, nos invita a leer al poeta estadounidense William Carlos Williams en la traducción poética de Octavio Paz.
La aridez de la tierra se enfrenta al copioso feijão tropeiro y la soledad de gauchos y vaqueros se encuentra con las lecturas de Rosario Lázaro Igoa. Acompañamos a la escritora uruguaya hasta la región brasileña de Minas Gerais con la guía de Guimarães Rosa y su novela Grande Sertão: Veredas: el Sertón es del tamaño del mundo.
Las casas desde el tren y desde la ventana los viajeros: Rosario Lázaro Igoa colecciona recuerdos, pasajeros e imágenes que la transportan entre Bélgica y Francia hasta la estación De vidas ajenas, un libro de Emmanuel Carrère en el que se cuela, a través de la ventanilla, entre sus personajes y ausencias.
Después de la tormenta llega la calma y tras una noche de vientos huracanados Lisboa vuelve a su cielo pálido y gris de melancolía. Entre ruidosos bares y cafés, tranvías amarillos y cuestas que parecen prolongarse hasta el infinito, Rosario Lázaro Igoa nos lleva hasta la capital lusa a través de los versos y pensamientos del escritor portugués por excelencia, Fernando Pessoa.
Ciudad de luces y rascacielos, de bares oscuros y de parques gigantes, de sabores infinitos, New York es, indiscutiblemente, ciudad de artistas. Las pinturas del MoMA se enredan con las memorias de Patti Smith y Robert Mapplethorpe en una nueva crónica de Rosario Lázaro Igoa.
Espía de la cotidianidad y cronista de los pequeños detalles, Hebe Uhart fue tan viajera como escritora. En sus Crónicas viajeras recorre Argentina, Uruguay, Brasil y Perú a través de pueblos tan recónditos como «accidentados». Entre estos, Rosario Lázaro Igoa elige Conchillas, una población en el Departamento de Colonia hasta la que nos invita a pasear.
Sin ser un libro de viajes, el poeta brasileño Haroldo de Campos creó un martexto de galaxiaspoema que como islas interconectadas invitan a viajar a través del lenguaje, para explorar y deslizarse hasta a llegar al núcleo de la palabra. La también traductora y escritora Rosario Lázaro Igoa, en su nebuloso soñar, nos guía en este viajescritura universal.
Sin lugar a dudas, Brasil es color: intensos verdes en su vegetación, amarillos, rojos y violetas en sus platos y hasta azules luminosos en su literatura. Rosario Lázaro Igoa nos invita a escapar del frío para tomarnos un café con el escritor Mário de Andrade y perdernos por las calles de São Paulo hasta llegar al «corazón» de la ciudad.
Son los años 50 en Chile y a una joven Lucia Berlin se le vuelven pegajosas las flores del aromo. También Laura, protagonista adolescente de alguno de sus relatos, puede sentirlas en la región del Biobío, geografía de pinos y araucarias por la que nos invita a transitar Rosario Lázaro Igoa.
Viaja Rosario Lázaro Igoa y con ella, aunque tomando otros rumbos, Maggie Nelson y Harry Dodge, en una peregrinación que nos lleva de Los Ángeles a Miami. Viajan los cuerpos, mutan los deseos y metamorfosean los sexos.
La arena, el volcán Karioi y una casa con vistas al estuario de la ciudad de Raglan en la isla norte de Nueva Zelanda, son el escenario elegido en esta ocasión por Rosario Lázaro Igoa para acercarnos a la obra de la canadiense Anne Carson: un ensayo sobre el sueño que nos transporta a un paisaje poético y nebuloso previo a la vigilia.
Entre lagos de colores esmeraldas y montañanas que se presentan inmensas, Rosario Lázaro Igoa recorre la Patagonia en un Toyota Coupé que aprieta el cuerpo y el tiempo, y nos trae la mezcla de sus recuerdos con los del viaje que hiciera al mismo lugar Chatwin.
Entre las calles de fachadas perfectas y flores impolutas que piden ser robadas de la Londres del 2000, una chica de dieciocho años deambula, un poco perdida, asombrada, extasiada —entre la bici y la caminata—, recordando a Virginia Woolf. Unos años después, Rosario Lázaro Igoa ya no no es aquella niña asombrada, pero la trae a la realidad para que, luego de leerla, viajemos con ella.
Entre el olor frutal de los naranjos e imágenes a contraluz, Rosario Lázaro Igoa nos invita a viajar al interior de nuestro país y nos lleva hacia Salto, el lugar que vio crecer a la gran Marosa di Giorgio, quien acompaña literariamente esta crónica tornasolada.
Entre aviones evitados y trenes por llanuras australianas, Rosario Lázaro Igoa pasea por la tierra natal de Gerald Murnane, con el deseo de reconocer su obra en la geografía que le da la bienvenida a un mundo desconocido, que parece haber salido de un western anacrónico.
La humedad y el verde del morro, contrastado con el gris tupido de nubes del cielo de Florianópolis, se acompañan con lecturas de Sérgio Medeiros, poeta de Mato Grosso do Sul que entiende y transmite, con perfección, la altura, los sonidos y los colores de esta isla de magia.
Vancouver visto desde Kitsilano y a través de los ojos de Rosario Lázaro Igoa, en una crónica que deambula por un vecindario tranquilo, entre calles con nombres de árboles, que seguramente recorrieron Alice Munro y sus personajes.
El viento que despeina y se mueve al son de las palmeras, las luces de neón que anuncian que uno siempre puede dormir en cualquier autopista. La luz que hace brillar a unos más que a otros; un recuerdo del origen y la lectura de Joan Didion. Rosario Lázaro Igoa nos pasea en taxi por Los Ángeles.
Las crónicas de Rosario Lázaro Igoa nos hacen viajar con la imaginación a lejanas ciudades, entre las que se cuela la literatura con todos sus escenarios, aromas, sonidos, texturas y sabores. Y si hay algo que abunda en Pequín son los estímulos, sobre todo el sabor. Hagamos una visita a Pequín con Yan Lianke de protagonista.
Rosario Lázaro Igoa, traductora literaria y periodista, que divide su vida entre Brasil y Uruguay, nos acerca esta bellísima crónica acerca de Brasília (así, con su tilde del idioma original), esa ciudad sin humedad que se opaca con el brillo de Rio de Janeiro y que solo recordamos que existe cuando nos la nombran. Pero esta Brasília tiene otro punto de vista que vale mencionar: el de una grande de las letras brasileñas: Clarice Lispector.